me equivoquĂŠ
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me estirĂŠ hasta alcanzar lo alto del armario
y saquĂŠ un par de bragas azules
se las enseùÊ y
preguntĂŠ âÂżson tuyas?â
y ella mirĂł y dijo:
âno, ĂŠsas son de un perroâ.
despuĂŠs se fue y no la he visto
desde entonces. no estĂĄ en su casa.
voy alĂ una y otra vez, dejo notas pinchadas
en la puerta. vuelvo y las notas
siguen allĂ. cojo la cruz de Malta
la quito del espejo de mi coche, la ato
al pomo de su puerta con un cordĂłn, le dejo
un libro de poemas.
cuando vuelvo a la noche siguiente
todo sigue allĂ.
continĂşo rastreando las calles en busca de ese
acorazado sangre-vino que conduce
con una baterĂa baja, y las puertas
colgando de rotas bisasgras.
conduzco por las calles
apenas a una pulgada del llanto,
avergonzado de mi sentimentalismo y
posible amor.
un viejo desconcertado que conduce bajo la lluvia
preguntĂĄndose adĂłnde ha ido
su buena suerte.